Centro de Profesionales de la Acción Católica "SANTO TOMÁS DE AQUINO" de Buenos Aires, Argentina.

25 de octubre de 2015

LOS SOFISTAS DEL SIGLO XXI


CUANDO EL PRAGMATISMO Y EL RELATIVISMO
PREVALECEN SOBRE LA VERDAD,
Y EL PODER ES UN FIN EN SI MISMO

Un mal de nuestro tiempo es la proliferación de dirigentes
que se caracterizan por su desinterés
por la filosofía, la sabiduría, la cultura, la historia, las artes, la religión,
y lo que en verdad les mueve es el afán de protagonismo social,
el ansia infinita de poder político y sociológico,
y el engaño
disfrazado con la verdad de sus mentiras ideológicas
donde abundan los argumentos fabricados
con las armas de la falsedad manifiesta y comprobada.


Protágoras de Abdera, primer sofista griego (485 adC - 412 adC)


Los sofistas fueron denunciados por los filósofos griegos Sócrates (470/469-399 ad.C.), Platón (427-347 ad.C.) y Aristóteles (384/383-322 ad.C.) de ser los mayores farsantes del saber y del quehacer político porque cayeron en lo que caen todos los intelectuales y los políticos proclives a la mentira maquillada de verdades especulativas: en el relativismo, el escepticismo, el agnosticismo y el ateísmo.

Los sofistas de antes y de ahora, nacen de las crisis político-culturales y de pensamiento, donde la pluralidad y el contraste de ideas y creencias han sido desterradas porque los sofistas han alcanzado el poder político, económico, mediático e intelectual.

Los nuevos, como los viejos sofistas, actúan en función de lo que les conviene, según acuerdos de consenso y diálogo preestablecidos para favorecer a los que tienen las riendas del poder.

A los sofistas funcionales de nuestro tiempo, no les interesa la filosofía del ser ni del saber, desprecian la vida como búsqueda y encuentro con la sabiduría y la verdad, porque lo único que les interesa, son los pecuniarios y beneficiosos negocios de la polis, de la política y las finanzas, lo único que les preocupa son sus necesidades funcionales del momento.

Así, por ejemplo, las leyes se hacen en función de las necesidades de ciertos grupos sociales de poder, atendiendo a los intereses de carácter político, económico, mediático y de grupúsculos de presión radical. Nuestros sofistas del siglo XXI, son funcionales porque rechazan el fundamento natural de las leyes y las tradiciones (como puede ser el matrimonio, la familia, o los valores morales del Cristianismo) por leyes y normas amorales frutos de una convención, de un contrato, de un consenso sobre la ocultación de la verdad o la falsedad de la realidad en que vivimos, gobernados por la ateocracia del neoliberalismo y del neosocialismo, ambos disfrazados de un anacrónico laicismo radical.

El pragmatismo funcional, pues, prevalece, sobre las referencias de la Historia del pensamiento y de la cultura y sobre el bien común y la dignidad de la persona.

Los principales valedores de los sofistas funcionales son los políticos neoliberales o neomarxistas y sus megamedios de comunicación. Ellos nos han metido en el caos del convencionalismo diseñado por sus programas electorales y audiovisuales, en donde predominan las propuestas de la partidocracia y la sexocracia del individualismo que se saltan los derechos y deberes constitucionales y los Derechos Humanos fundamentales.

Así, para los sofistas funcionales defensores de la ideología de género, ya no existen dos sexos, como las leyes de las ciencias naturales y biológicas así lo demuestran, sino, distintas orientaciones sexuales, tantas como las necesidades sexuales quieran las leyes convencionales y funcionales del Estado, amigo de los sofistas y de las convenciones permisivas consensuadas desde el poder.

Todo está permitido según el código estipulado por los sofistas funcionales: el relativismo absoluto de sus normas es un juego donde las reglas las pone cada cual, pero eso sí, desde el consenso del poder, ídolo supremo. Y ya sabemos lo que dice San Pablo: “¡Todo está permitido! Pero no todo edifica. Que nadie busque su interés, sino el de los otros” (1Cor, 10-23-24).

Los sofistas funcionales, quieren convertir sus normas apañadas en Derecho positivista, en leyes que todos tienen que obedecer porque si no peligraría la convivencia democrática, lo que ellos entienden por democracia, que no es sino una democracia formal e impositiva: democracia totalitaria consensuada por unos cuantos contra el pluralismo de la mayoría de los ciudadanos.

A los sofistas funcionales, en especial los que se sirven y utilizan los medios de comunicación, lo único que les importa para que los ciudadanos sean felices es que éstos sigan sus planteamientos, que, básicamente buscan que lo más importante en la vida sea dar satisfacción a nuestros instintos básicos para el placer y que la única ley, es la ley natural del más fuerte.

Los sofistas funcionales del siglo XXI se caracterizan por la retórica de los discursos vacíos de ideas y principios, ahora eso sí, las apariencias de sus palabras parecen transmitirnos mundos idílicos, utopías consensuadas que nos prometen paraísos artificiales.

En el correcto uso de la retórica y la dialéctica, no se parecen a los sofistas de la democracia ateniense, en la Grecia de los siglo IV y V ADC., que eran expertos maestros del lenguaje en público. Sin embargo, por sus sofismas, por sus argumentos falaces, fueron desterrados de la vida social y cultural cuando aparecen los discursos de la verdad filosófica de los sabios platónicos y aristotélicos.

Los sofistas funcionales del siglo XXI, sólo han mantenido de los sofistas griegos decadentes, su desinterés por la filosofía, la sabiduría, la cultura, la historia, las artes, la religión, ya que lo que en verdad les mueve es el afán de protagonismo social, el ansia infinita de poder político y sociológico, y por supuesto el engaño disfrazado con la verdad de sus mentiras ideológicas donde abundan los argumentos fabricados con las armas de la falsedad manifiesta y comprobada.

Los sofistas, en fin, viven del poder, por el poder y para el poder desde el cual hablan de la libertad sin más contenidos que sus mentiras y esclavitudes porque les importa muchísimo que las naciones no conozcan la verdad, ni el bien común, ni la justicia y ni mucho menos la libertad.


Diego Quiñones Estévez.

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